José María Díez

JOSÉ MARÍA DÍEZ

Somos lo que vivimos, y los frutos que cosechamos están formados por aquellas materias que hemos engullido en nuestro devenir. Sabemos que hemos pisado puentes desde donde nos entreteníamos observando los caudales. También que leímos libros que nos explicaban la existencia, y que dibujamos naturalezas sentados en el seno de la primavera. Pero es imposible conocer el momento exacto en el que nace el deseo de transmitir toda esa fuerza almacenada en la experiencia; y, por supuesto, es imposible saber por qué. ¿Por qué el deseo de estampar en un soporte ese caudal de interioridades? En ese enigma estoy desde que me conozco.


Nací en Almendralejo en 1966, y desde entonces nunca me he visto sin un lápiz cerca de mí. He ejercido como diseñador de interiores. Ahora vivo en Cádiz, donde tengo mi estudio junto al mar. Y sigo en el enigma.

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  • Noruega: El Alma Sublime

    El primer viaje que hice a Noruega fue En 2006, y conforme fue pasando el tiempo, de manera lenta, pero firme, me fui dando cuenta de una cosa: aquel recorrido que había hecho por la espina dorsal del país, Desde Oslo hasta Bergen, había dejado una huella muy profunda en la manera de entender la plástica que yo tenía por aquel entonces. 


    El arte, sobre todo, es emoción. Y es la emoción de lo que se ha vivido, de lo que nos ha conmovido, de lo que ha agitado nuestra sensibilidad más íntima. Y las experiencias noruegas, que han sido múltiples en estos dos viajes. han supuesto una conmoción, sin duda alguna. Las calidades del aire, de la lluvia, del agua -omnipresente siempre-, el cromatismo que todo ello imprime en la geografía noruega -tan sutil y tan leve-; todo eso me ofrecía unas posibilidades enormes para describir las sensaciones vividas, con una escala de grises realmente ubérrima. 


    Está colección de “El alma sublime de Noruega” es una sucesión de paisajes del interior. Realmente son paisajes que expresan un exterior, pero están tan adentro, han quedado tan arraigados en lo más íntimo de la sensibilidad, que llegan a ser, en definitiva, paisajes del alma.



    The first trip I made to Norway was in 2006, and as time went by, slowly but firmly, I realized one thing: that trip I had made through the spine of the country, from Oslo to Bergen, It had left a very deep mark on the way I had at that time of understanding art.


    Above all, art is emotion. And it is the emotion of what has been experienced, of what has moved us, of what has stirred our most intimate sensibilities. And the Norwegian experiences, which have been multiple in these two trips, have been a shock, without a doubt. The qualities of the air, of the rain, of the water -always omnipresent-, the chromaticism that all this imprints on the Norwegian geography -so subtle and so light-; all of this offered me huge possibilities to describe the sensations experienced, with a truly fertile gray scale.


    This collection of "The sublime soul of Norway" is a succession of inside landscapes. They are really landscapes that express an exterior, but they are so inside, they have remained so rooted in the most intimate of sensibility, that its definitely become landscapes of the soul.


  • Somos paisaje

    Recorremos caminos; sentimos el aire al borde de los precipicios; dibujamos la línea del río que se esconde, casi diluida, por lo más recóndito; imaginamos lo que la naturaleza puede ofrecernos más allá del horizonte... Esa sarta de experiencias
    que no distinguen entre lo físico y lo espiritual, macera nuestro yo más nuclear para confundirnos con el propio universo que tenemos delante. Lejos de sentirnos arrebatados, en la contemplación del paisaje entramos en un estado de equilibrio mediante el cual todos los anhelos que nuestra intimidad guarda quedan esbozados dentro del marco visual al que asistimos.

    Es entonces cuando la plástica que atesora la realidad toma forma sobre el papel. Volvemos a los caminos, a los precipicios, a los ríos, a otear el horizonte... Aunque, en realidad, nunca nos fuimos. Diríamos, más bien, que somos paisaje, que este permanece en nosotros como nosotros permanecemos en él.

    Estas experiencias a grafito sobre papel son la consecuencia de estados contemplativos, que se han convertido en el jugo más destilado de muchas vivencias. A veces parece que hay en ellas una música que las baña, y un perfume inolvidable que llevarse puesto con naturalidad para hacer la vida más deleitosa. Al menos, creo que en eso debe consistir el arte: en verter, con toda la sinceridad posible, lo que la naturaleza ofrece a nuestro cuerpo y a nuestro espíritu.

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